miércoles, 12 de noviembre de 2014

Carlos Enrique Saldivar

LA CURA ENFERMA


foto enviada por Barnabas Bouchard







—Usted está soñando—dijo el hombre.

¿Por qué me asegura eso? —dijo Sandra.

—Porque yo soy su sueño.

Eso es mentira, usted es monstruoso, yo nunca soñaría con alguien así.

Soy repugnante porque soy tu pesadilla, zorra.

El sujeto sacó de sus ropas un cuchillo de carnicero y derribó a la mujer, enseguida la apuñaló repetidas veces; ella se deshizo en gritos. Él violó el cuerpo sangrante. Después estranguló a Sandra, la degolló, la cortó en pedacitos y le prendió fuego a los restos. Finalmente procedió a comérselos con desesperante lentitud. Los chillidos de la mujer, que aún estaba con vida, fueron desoídos dentro del sueño. Mucho menos la escucharon chillando atada en la cama del hospital psiquiátrico. Nadie pudo despertarla. Tampoco logró despertar por sí misma, debido a las drogas que le habían dado para poder aplacar las constantes alucinaciones horrendas que tenía despierta, a cualquier hora del día, y que no le permitían dormir. En realidad, cuando se hallaba consciente, ya no padecía visiones de ningún tipo, pero los efectos secundarios, los cuales se presentaban en uno de cada cien pacientes, habían actuado en ella. Las tenebrosas situaciones mentales se le presentaban mientras dormía. Los doctores lo sabían, muy pronto intentarían en Sandra un nuevo tratamiento a fin de eliminar horrores de cualquier laya.

El tiempo pasa y la mujer empieza a sentirse mejor.

Sale, la escena se ve irreal. Está caminando por la calle, lleva escondido un machete de cocina. Quiere actuar, aunque no se decide. Entonces ve una niña que cruza hacia un parque desolado. Sandra se acerca y la aborda, saboreando el momento.

Hola, ¿quién eres? —pregunta la pequeña.

Soy tu pesadilla, mocosa.

La ataca a machetazos una y otra vez. «Qué bonito sueño», se dice.

No se da cuenta de que no está soñando.







Lima, septiembre de 2013

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